Me llamaste.
Ninguna boca había acariciado mi nombre cómo la tuya aquella primera vez.
Y ardí.
Me trajiste de vuelta.
Me soplaste las ideas que me aislaban del resto.
Te quedaste en mi casa.
Me enseñaste a construir algo con lo que salir a flote,
cada tarde de domingo.
Pero el viento sopló distinto.
Ahora estoy huyendo a bordo de esos botes salvavidas.
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